abril 28, 2017 picapino

Un cabecero ideal que hemos hecho nosotros

Sé que voy a decir un improperio, pero la verdad es que no soy yo mucho de cabeceros. Me va más el rollo de camas minimalistas y por eso, por alguna razón de que los opuestos se atraen, en mi casa hay de todo menos camas de villas ibicencas. Al final, todas son de esas que cuesta mover para barrer debajo.

He de reconocer, sin embargo, que un buen cabecero aporta una diferencia. Además de vestir la habitación, evita dejar la marca de la almohada en la pared que termina siendo un halo de mugre indefinida que da prestancia, pero no queda muy bien. Muy poca gente sabe gestionar bien la negrura (como la del bajo de la cama, que tenemos que cambiarla cuando dejemos de evadirnos en itinerancias decorativas, que no hallamos el consenso. Que es lo típico que no sé si os había llamado la atención antes de yo decirlo, pero por si acaso os da por pasar el scaner).

Un día soñando en un sueño, soñé que estaba soñando contigo. Ya lo decía Muchachito, que esto de soñar es cosa seria y hay que hacerlo con la seguridad de poder vivirlo de pleno, para soñar soñando que una no está dormida. Y eso no se puede hacer en cualquier camastro, no fluye la imaginación bien confeccionada cuando descansas sobre cuatro patas metálicas peladas. Hay que cubrirse bien la cabeza, que el viaje empieza ahí, y luego eso sí, dejarse llevar. Si te agarras, al final solo te vienen historias de facturas y entregas que no se han retrasado. Love, is a burning thing, and it make a firery ring.

Lo malo de este cabecero, es que no sabemos cómo combinarlo con la mesa de estudio que está justo al lado. Si la ponemos de la misma madera, nos queda un rollo Corte Inglés que solo nos falta poner cortinas y colchas a juego para que ya de me de un esparraflús según entre. Y ahí ni sueño ni nada, claro, solo carreras de larga distancia en sentido de alejamiento de tal barbarie. Cada una tiene sus miedos en cuanto a decoración se refiere.

Ahora mismo, ante la duda, está una mesa de melamina blanca con patas de tubo que me despelleja los antebrazos en verano. Si alguien la viera, nos quitaban el carnet de ebanistas de cuajo. Mi opción es esconderla en una armario, tal y como os conté un día en Instagram, pero no lo ven como una buena opción. Yo que ya veía en este espacio, ahora colonizado por el plastificado y los enseres de una oficina de andar por casa, un rincón con  una cómoda bonita y una butaca para leer en silencio (sí, sigo teniendo esperanzas), con una alfombra bonita y una lámpara de ambiente… ¡al traste con mis ilusiones! (de momento).

En fin, que la moraleja de esto es que hay que poner un cabecero bonito en la cama para aumentar los niveles de preciosura, soñar bonito y poder dejar el libro, las gafas y la botella de agua, que nos vamos haciendo mayores. Y para no tener que pintar, que no somos tan acaudalados como nos pensábamos con 20 que seríamos llegados a este punto. Si al final, la madera viene a tu vida para facilitártela y no lo habéis meditado bien.

Entonces, ¿cabecero sí o cabecero no?

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