Como comprenderéis, esta es una de las secciones que más me gustan del blog que da la casualidad, para mi suerte y mi sorpresa, que además es una de las partes más comerciales. Porque también me gusta mucho cuando me pongo cascarrabias o trascendental y os empiezo a contar rollos varios de esos que me pasan por la cabeza, pero quizás esas deberían ser omitidas porque no sé yo si me merece la pena calcular qué tanto de mal hacen a la imagen de este negocio, jejejeje, por mucho que sean mejores que una dieta de ayuno terapéutico completa.
Hoy volvemos por tanto a la carga con otra de las entregas de La Comunidad. Oigo vuestros vítores y aplausos al otro lado de esta gran pantalla plana y no es para menos, porque hoy el tema viene con unas fotos muy potentes y una historia de las calentitas. Ya veréis como os gusta.
No hace falta que os proponga el plan una revista de moda o que una famosa marca elabore un listado de talleres artesanos en vuestra ciudad, porque estos sitios ni son clandestinos, ni tienen una ventanita en la puerta a la que tienes que susurrar una contraseña para entrar, ni son lugares en los que las visitas sean mal recibidas. Están ahí, todos los días del año y todos los meses salvo aquellos de guardar (sitio en la playa). Y estamos todos y todas invitados e invitadas. No son ni efímeros ni pop-ups, sino negocios con un alquiler mensual y trabajadores dentro haciendo de las suyas.
Y uno de esos sitios es el Taller Puntera.
Conozco a Luís y Susana desde la facultad. Todo el mundo, si rascas, tiene un pasado y nosotros tres tenemos en común que hemos estudiado biología. Éramos jóvenes y no sabíamos lo que hacíamos, podemos alegar, pero no vamos a hacerlo porque aunque ninguno se dedique ahora mismo a nada relacionado con el mundo de campo, los bichos y las plantas (como me oigan nuestros amigos y amigas resumir así la carrera, sin ningún nombre en latín por medio, me matan), todo en esta vida se conecta y al final, da igual por donde vengas que acabas llegando.
El caso es que, no necesariamente por el hecho de ser biólogos licenciados con título, sé que son buena gente. No pegan a nadie, no robar refrigerios en las tiendas y a veces hacen cosas malas, supongo, como todos, pero la diferencia con algunos es que luego van a la almohada y reflexionan y saben que han hecho mal. A ese tipo de gente buena de verdad me refiero, no a la otra que mucho piqui-piqui pero luego nada.
Luís y Susana decidieron dedicarse a esto del mundo del cuero. No al tipo de hacer pulseritas para venderlas en mercadillos, que ya tenemos una edad e hijos que escolarizar, sino al tipo de asumir la responsabilidad de seguir con un trabajo artesano que viene de lejos en la familia de Luís y que por tanto, tiene el legado mágico de la herencia y a su vez, la losa seria de la herencia, quizás. Si tus padres no tienen ni idea de a qué te dedicas, como es mi caso, poco pueden decir al respecto, jajaja.
Pero uno lo lleva en la sangre, es lo que ha visto, tiene ideas nuevas que aportar, se ve capaz, le pica el gusanillo, se divierte… no tengo ni idea, pero el caso es que ellos tienen un negocio precioso, digno de admirar y un taller que es una absoluta maravilla, porque ya he dicho antes que son buena gente y eso se ha quedado impregnado en cada baldosa. Pieles de mil colores enrolladas, instrumentos, mesas, plantillas, bolsos carteras, cuadernos… artesanas y artesanos trabajando mientras eliges tu compra, una cafetera y un local de vértigo en Madrid. Y muchas cosas más.
No voy a decir que entrar en él es como si se parara el tiempo porque me niego a colaborar con ese pensamiento colectivo de que lo artesano es sinónimo de mirar atrás. Susana y Luís son sin duda futuro, son legado cultural, respeto por el oficio pero también innovación. En la forma de hacer, de crear, en sus diseños, en su forma de llevar el negocio… Los llamados oficios, señoras y señores, en todas sus versiones, son también cosa del siglo XXI.
No dejéis de ir, de daros el placer de pasear por su tienda-taller y de ver lo que hacen con tanto dominio de su profesión. En serio, es una pasada totalmente recomendable.
Nosotros tuvimos la suerte de dejar algo de nosotros en este taller, ya que nos encargaron, como habréis deducido, el mueble que os enseñamos en las fotos para su cocina. Un mueble hecho en tablero plastificado naranja, a medida pare el hueco que quedaba debajo de la encimera de cemento. Y con tiradores suyos de su propia cosecha, fruto de un concurso que organizaron en el taller para ver quién diseñaba el modelo más bonito y funcional. ¿Qué os parece? La primera colaboración Puntera-Picapino que ojalá pudiera ser el inicio de una bonita relación. Todo se andará (de momento nos están haciendo unos cuelga macetas para nuestra casa que, oh, la la!).
En fin, que muchas gracias, Luís y Susana por habernos encargado el mueble, por habernos dejado invadir vuestro taller, por la mañana de charla y por vuestra simpatía. Un abrazo enorme, enorme.
Y a vosotros y vosotras, ¿cuándo os verán por allí?
Fotos: Jimena Roquero