La importancia de un sueño

Es bonito tener un sueño. Desear algo, pensar en ello durante las noches, cuando compras un billete de la lotería, cuando conoces a alguien interesante al que sumarías a tu proyecto. Contárselo a una amiga tomando café, haciendo cálculos ficticios con muchos ceros. Cuando vas a una conferencia y nuevas ideas de lo que podría ser se suman al montón que ya había. Cuando estudias y te creces. Cuando te da el sol y tienes tiempo para cerrar los ojos y respirar un poquito.

A mi me gusta desear lo que no tengo. O más bien, me gusta tener algo que desear, que quizás no es lo mismo.

Tener un sueño difícilmente inalcanzable (de momento) te hace caminar. Hay gente a la que le hunde en la miseria mirar para arriba y ver el Everest pero bueno, a mi en cierta manera me anima pensar que todavía hay camino que andar porque creo que me daría más miedo pensar que ya he llegado.

Es verdad que hay veces que me pongo de los nervios y maldigo mi suerte porque minera nací. Aparco el coche, me pego a la valla, lo miro y lo remiro, imagino lo que podría ser y cuando calculo cuánta distancia me separa de mi objetivo, pego con el pié en el suelo, a ser posible lejos de un charco. También echo aire por la nariz y chasco con la boca. Eso es estar picada de verdad.

Pero hoy por ejemplo, es la primera vez que hago fotos al nuevo taller multifuncional que tendremos algún día, pese a que paso por delante todas las mañanas. ¿Os gusta? ¿Veis claras como yo las posibilidades que tiene? Ya es un paso. Tengo a Manuela metida en el brainstorming de la nueva sede de Picapino, que comentamos cuando vamos hacia el colegio. Solo me falta el dinero, un detalle de ná, pero hasta que llegue (que llegará), pienso comprarme un cuaderno especial para este proyecto donde voy a ir apuntando ideas y planos y abrir una carpeta oculta de Pinterest. Hoy he decidido ponerme en marcha y comenzar el camino. Poco a poco, andando, andando, porque no he nacido yo para quedarme quieta y total, soñar me encanta.

Fotos: Picapino